By Rancière, Jacques
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51 Capítulo 2 La puerta del Paraíso Uno se divide en dos. Pero ¿cómo entender la división del día y de la noche, esa escisión que afecta la imagen robusta del trabajador? ¿A la manera del cronista del Globe saint-simoniano quien, una tarde de octubre, vino a mezclarse con la masa de hombres y mujeres del pueblo, obreros y aprendices que se amontonan en la sala de los Funámbulos? Si la pantomima de Deburau es privilegiada por él, es porque es justamente el espectáculo que el pueblo se da a sí mismo.
Pero no hay tampoco verdadero retrato del trabajador que no se sustraiga enseguida, que no se involucre, por el poder mismo conferido a la imagen identificadora, en esa espiral que va de la insignificancia de los jeroglíficos del niño a los sueños adultos de otra vida. Cuestión de identidad, cuestión de imagen, relación de lo Mismo y de lo Otro donde se juega y se disimula la cuestión de la conservación o transgresión de la barrera que separa a los que piensan de los que trabajan con sus manos.
Por cierto, él no habla aquí en su nombre y es habitual en esos “Fragmentos de una correspondencia íntima”, que se hallan de un lado a otro en La ruche y también en la austera Fraternité, que luego de haber dejado hablar al pensamiento, vagabundo y tentador, de su doble o demonio, el moralista obrero tenga la última palabra para afirmar las virtudes del trabajo y la dignidad del trabajador. En ese caso también, el corresponsal imaginario no tarda en convenir con eso: Creo que no estoy en mi vocación martillando el hierro; aunque esta condición no tenga nada de innoble, al contrario.