
By Dominique Valera, Antonio Piñero
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Ventanucos y troneras para gobernar de adentro hacia fuera y de arriba hacia abajo. Así, el populismo neoibañista se volvió tecnocrático y planificador. Y los políticos devinieron en ‘empresarios de Estado’, y también, por supuesto, en infalibles ‘vanguardias’ de masas. Desde esos ventanucos se ‘industrializó’ al país. Pero el llamado EstadoEmpresario no era ni verdadero Estado (eran sólo prótesis estatales) ni verdadero Empresario (los empresarios estaban en la calle, haciendo uso de su derecho a oposición, conspiración y petición).
A la que no se le puede agregar ni quitar nada, pues su belleza es totalitaria. Sólo cabría tomar algundas medidas de cuarta categoría: dejar sin empleo, por ejemplo, a los funcionarios de Estado que están “a contrata” y militan en la Concertación; privatizar lo poco que queda sin privatizar; recortar otro poco los presupuestos sociales, educacionales o de Derechos Humanos, o en el extremo, mercantilizar los servicios religiosos (el Espíritu Santo no cobra, hasta hora, por sus dones y posesiones).
Y si eran “niñitos y niñitas” capturados por el Ejército en Arauco ¿por qué no venderlos o regalarlos a los amigos, como semillitas de servidumbre?... Pues no eran ciudadanos ni vecinos ni civilizados ni compatriotas ni nada: eran “humanoides”. Mercancía. Andrajos. Blanco de fusil. Por eso, ellos, los “rotos”, se fueron a los cerros, al desierto, a las pampas, a California, a Perú, a Australia, a la Patagonia. Buscando. Patiperreando. Emborra chados por los “derroteros” giratorios de la fortuna.